Joven, jesuita, sacerdote de Zimbaue

El año 2009 me lo pasé estudiando, pero quisiera hablar del 2008, y reflexionar sobre mis experiencias en ese periodo de convulsión política en Zimbabue durante el cual trabajé en Silveira House (SH), el principal centro de apostolado social que los jesuitas tenemos en Zimbabue. Yo era vice director del centro y coordinador del departamento Peace Building (construcción de paz) y vice párroco de la Misión de Chishawasha.

El 29 marzo del 2008 tuvimos elecciones en el país, que fueron razonablemente pacíficas. El partido de la oposición ganó, pero la comisión electoral declaró que el líder de la oposición no había podido ganar la mayoría de “50% más uno”. Algunos ‘leones heridos’ (del partido derrotado) empezaron a movilizar a sus seguidores para que castigaran a ciudadanos inocentes por haber ‘votado el partido equivocado’.

Se crearon bloqueos de carretera para intimidar a la gente a que votara por Mugabe en la segunda vuelta de elección contra el líder del partido de la oposición. Los meses de abril a junio se mancharon de sangre de ciudadanos inocentes y algunos de ellos fueron asesinados. El director del centro se encontraba por tres meses en el Reino Unido, como ocurría todos los años. Así que tuve que actuar yo como director. Al mismo tiempo, acababa de empezar un nuevo proyecto de trabajo con la Policía de la República de Zimbabue. Y llevaba solo nueve meses como sacerdote: ¡era como un niño pequeño!

Muchas personas sin nombre murieron de una muerte invisible, y otras desaparecieron para volver a aparecer solo con labios rotos; otras vieron cómo eran destruidas sus propiedades. Y en mi trabajo en 2008 encontré a algunas de estas personas. Visité algunas víctimas en dispensarios secretos y escuché el relato de sus terribles experiencias. Tuve asimismo la posibilidad de hablar con algunos matones políticos cuyas voces estaban cargadas de rabia. A pesar de que me moviera solo la mayoría de las veces, algunas iba con un colega de SH.

En mayo de 2008 el SH acogió temporáneamente a 88 desplazados víctimas de violencia política (59 mujeres y 38 niños). Inevitablemente nos hicimos enemigos de los matones políticos por acoger a sus enemigos. En algún momento sus líderes enviaron a un grupo de jóvenes para ‘invitarme’ (como director en función del SH) a que no participara en una manifestación durante la cual se me iba a pedir cuenta por acoger a víctimas y movilizar a la gente en contra ‘del partido’. No queriendo morir joven, ¡no fui!

Al recordar mis experiencias, veo la mano de Dios actuando en mi vida. Porque ¿de dónde iba yo a sacar valor para ir a visitar a las víctimas de violencia política que se encontraban en dispensarios secretos y en hospitales y ser capaz de mirar a la cara a los matones políticos? Algunos sacerdotes y colaboradores laicos me llamaban, a veces en medio de la noche, para informarme sobre ataques organizados por esta gente. Yo no tenía poderes mágicos para tratar estos casos, lo único que podía hacer era informar a la policía o ir a hablar con los matones.

Lo que he experimentado es doloroso de recordar, pero el lado positivo de la historia es que cada vez que veía a gente que había sido masacrada, me llenaba de valor para hablar y predicar la justicia y condenar las injusticias, la violencia política y la intolerancia. ¡La muerte había dejado de darme miedo! Mis sermones se volvieron cada vez más un grito de esperanza y de justicia y no meras exhortaciones espirituales para los fieles.

Lo que me daba fuerza en estas situaciones horribles y desafiantes eran las palabras de las víctimas: ‘Seguiremos votando por el hombre que queremos, aunque sigan masacrándonos’. Estas palabras de libertad y valor resuenan en mi mente mientras me sigo preguntando cómo vamos a sanar las heridas psicológicas y sociales de la gente de Zimbabue. Hasta este momento mis oraciones y reflexiones están repletas de esos interrogantes y preocupaciones para ver cómo sanar y reconciliar.

F. Gibson Munyoro SJ
Zimbabue

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