Haití - Palabras de los Jesuitas de América Latina

Fue necesario un terremoto de grado 7 y 300,000 muertos para que algún presidente francés, la potencia colonial de la que dependió Haití hasta 1804, se interesara por él, visitara la capital en ruinas y le dedicara cuatro horas de su apretada agenda. Durante doscientos años, Haití no existió para el gobierno francés. Ese pequeño dato es revelador de una actitud compartida, salvo raras excepciones, por la comunidad internacional, incluyendo nuestra América Latina. Un diplomático haitiano, en declaraciones posteriores al terrible seísmo, llegó a decir que el efecto colateral positivo podría ser que, finalmente, el mundo se diera cuenta de la existencia de su país. En algunos casos, el reconocimiento parece conllevar costos demasiado altos.
Bien dice Eduardo Galeano: 
“Nada tiene de nuevo el ninguneo de Haití. 
Desde hace dos siglos, sufre desprecio y castigo. 
Thomas Jefferson, prócer de la libertad y propietario de esclavos, 
advertía que de Haití provenía el mal ejemplo; 
y decía que había que “confinar la peste en esa isla”. 
Su país lo escuchó. Los Estados Unidos demoraron sesenta años en otorgar reconocimiento diplomático a la más libre de las naciones. 
Mientras tanto, en Brasil, se llamaba haitianismo al desorden y a la violencia. 
Los dueños de los brazos negros se salvaron del haitianismo hasta 1888. 
Ese año, el Brasil abolió la esclavitud. Fue el último país en el mundo” 
(La maldición blanca, 2004).
Haití había sido el primer país en hacerlo y tuvo que pagar con creces ese “delito”. Doscientos años de catástrofes que están lejos de ser sólo naturales: el pago de una injusta y tremenda deuda cobrada por Francia durante más de un siglo, la ocupación norteamericana en la primera mitad del siglo pasado, los regímenes dictatoriales corruptos, la permanente inestabilidad política…
Hasta que llegó el 12 de enero y, con él, “el peor desastre que Haití ha conocido durante su existencia como nación: destrucción de Léogáne, de Gressier, de Port-au-Prince, del Palacio Nacional y del centro del Gobierno, daños considerables a Jacmel, Grand-Goâve y Petit-Goave, miles de muertos y personas sin hogar, la desarticulación total de las principales instituciones del país, amenazas de epidemias y crisis socio-política sin precedentes”, de acuerdo al comunicado divulgado por la “Célula de Reflexión y Acción”, una iniciativa de los jesuitas haitianos, luego del evento que reunió el 21 de febrero pasado a más de 200 personas responsables de las organizaciones de la sociedad civil, profesionales, profesores, sindicalistas, religiosos y religiosas, medios de comunicación e intelectuales.
Aún no tenemos todos los datos de la catástrofe. Posiblemente nunca los tendremos. 
Por ahora, las informaciones nos hablan de medio millón de heridos, 4,000 amputados, 
cerca de un millón de personas viviendo en condiciones muy precarias, 250,000 casas destruidas 
y la mayor crisis humanitaria de la historia: al menos 300,000 huérfanos ha dejado esta tragedia. 
A casi dos meses del sismo, la emergencia sigue siendo la tarea fundamental: agua potable, medicinas, alimentos, hospitales de campaña, atención a la infancia en situación de riesgo y, sobre todo, organización para poder gestionar la ayuda internacional que, esta vez, se vuelca con creces.
En este momento, se encuentran comprometidos 2,700 millones de dólares 
conseguidos por aportes de los gobiernos y de donaciones privadas, 
éstas últimas canalizadas mayormente por las Iglesias, 
que han logrado reaccionar con agilidad ante el desastre. 
Sin embargo, en una primera evaluación, 
se prevé que Haití requerirá no menos del triple de ese monto 
para llevar adelante la reconstrucción del país.
¿Reconstrucción? o ¿Refundación de algo nuevo? Se trata, en verdad, de la construcción de un país diferente, sobre bases de justicia y equidad, tarea protagonizada por los propios haitianos y que requiere la colaboración de todos nosotros.


El comunicado de la “Célula de Reflexión y Acción” constata con crudeza: 
“El Estado haitiano no ha sabido o no ha podido, en estos tiempos de profunda miseria y de desamparo del pueblo haitiano, coordinar las acciones de intervención de diversos orígenes. Como resultado, Haití arruinado se ha convertido en el terreno de las luchas geopolíticas e ideológicas. Ciertamente, las reflexiones y las decisiones concernientes a la reconstrucción del país, se llevan a cabo en los "clusters" de extranjeros que se expresan en inglés y con una participación muy baja de los nacionales haitianos”.


En esta perspectiva, la "Célula de Reflexión y Acción" invita:
A. Al Gobierno a:

  1. Asumir el liderazgo que es suyo por derecho.
  2. Promover los liderazgos sociales para la refundación del Estado en una dinámica que reúna a las fuerzas vivas de la nación y lleve al pueblo organizado a imponerse junto a los interlocutores de las instancias internacionales. La estructura actual en el poder no puede hacer frente sola a los nuevos desafíos planteados por la tragedia del 12 de enero.
  3. Coordinar, armonizar y orientar las acciones estratégicas encaminadas a resolver la crisis extendida en todo el territorio.
  4. Llamar a todas los órganos competentes haitianos disponibles en Haití y en el extranjero para que aporten su cuota a la lucha nacional para la sobrevivencia de su país.

B. A la comunidad internacional a:
Reconocer y respetar los esfuerzos de las organizaciones haitianas que reflexionan sobre las opciones a tomar para la rehabilitación de la nación y la reconstrucción del país en lugar de tratar de reemplazarlas.
C. A la sociedad civil a:
Organizarse y dar un impulso a un amplio movimiento nacional con el fin de seguir luchando contra la adversidad, de reflexionar y hacer propuestas sobre el nuevo proyecto de sociedad requerido para Haití.
Con este fin, la "Célula de Reflexión y Acción" ofrece a las personas y la Sociedad Civil un espacio de encuentro nacional, de intercambio y de reflexión para la producción de un nuevo proyecto social para Haití” (Tabarre, Puerto Príncipe, 21 de febrero de 2010).


Es, pues, la hora de Haití y de los haitianos. El primer país que en América abolió la esclavitud puede también abolir hoy la pobreza, el hambre y la injusticia. En esa tarea cuentan, sin duda, con todos nosotros. Y ciertamente con el Dios de la Vida, como lo expresaron los jesuitas haitianos en un texto redactado por ellos antes del terremoto:
Llama, grita, nunca baja los brazos. 
¡Oh tú, pueblo valeroso! 
Te toca ayudarme para ayudarte. 
Contigo yo puedo hacer mucho. Sin ti no lo lograré. 
Tú necesitas de mí, yo lo sé. 
Yo soy tu Aliado irreemplazable, 
sin embargo, yo también tengo necesidad de ti, 
de tus gritos, de tu unidad, de tu experiencia de pueblo sufriente, de tu valor.
Vamos a trabajar juntos. 
La victoria estará de nuestro lado, ya que luchamos por una causa justa. 
Tú conoces mi nombre: 
YO SOY EL DIOS DE LA VIDA Y NO DE LA MUERTE. 
Tú conoces mi Proyecto. Jesús de Nazaret lo expresó bien en el Cuarto Evangelio: 
"Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundantemente" (Jn 10,10).


Conferencia de Provinciales Jesuitas de América Latina
Rio de Janeiro, 26 de febrero de 2010

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